Vestirse, comer, beber, dormir, hablar, callarse, pensar, todo. Todo le pesaba. A veces se le venía a la cabeza una palabra muy fea. Tres sílabas. Tres sílabas lo atenazaban y lo... No. Cállate. Sé más listo. Adelgaza un poco más y escabúllete fuera de esta mierda. Tú no. De todas maneras no tienes tiempo. Tira para adelante. Camina y revienta si es necesario, pero tira para adelante. Pronto llegaría el verano, los días nunca se le habían antojado tan largos y las enumeraciones que preceden se repitieron, pautadas siempre por la misma letanía de verbos conjugados en pretérito perfecto. (Recordad el uso del pretérito perfecto: aspecto puntual, no se toma en cuenta la duración de la acción, expresa una sucesión de hechos.) Supo, pudo, cupo; pidió, concedió, enmudeció; conservó, observó, reservó. Sostuvo, obtuvo. Obtuvo, de una clínica, una cita fuera del horario de consulta. Se desnudó, el médico lo pesó. Le palpó el cuello, el pulso y la grasa. Le preguntó cómo veía y lo que oía.