Sin embargo, resultaría muy bonito encender una. Por eso Ana cogió una cerilla y encendió una vela. Al momento extrañas sombras empezaron a danzar por el interior de la cueva. —Me gustaría que encendiéramos fuego —dijo Ana. —Pasaremos demasiado calor —opinó Julián—. Además nos llenaremos de humo. En una cueva como ésta no se puede encender fuego. No hay chimenea. —Sí que hay —dijo Ana señalando el agujero del techo—. Si encendemos fuego justamente debajo del agujero hará las veces de chimenea, ¿verdad? —Podría ser —dijo Dick, pensativo—. Pero yo no lo creo. La cueva se llenaría de humo sofocante. No podríamos dormir. —Entonces ¿no podríamos encender el fuego a la entrada de la cueva? —dijo Ana, que entendía que en una casa siempre debía haber fuego encendido en cualquier lugar—. ¡Así espantaremos a los animales salvajes!
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