Peter Marlowe yacía en su litera medio dormido. ¿Soñaba?, se preguntó repentinamente despierto. Luego sus cautelosos dedos tocaron el pequeño pedazo de trapo que contenía el condensador y supo que no era un sueño. Ewart se retorció en la litera superior y gimió despierto. —Mahlu la noche —dijo mientras colgaba sus piernas por encima de la litera. Marlowe recordó que tocaba a su grupo realizar la limpieza de cucarachas. Salió fuera del barracón y abordó a Larkin. —Hola, Peter —saludó Larkin quitándole el sueño de encima—. ¿Qué pasa? Fue difícil para Marlowe no decirle la nueva del condensador, pero quería esperar hasta que Mac estuviera allí; así, sólo le dijo: —Limpieza, viejo. —¡Maldita sea! ¿Otra vez? Larkin desperezó su dolorida espalda, se ató de nuevo su sarong y se deslizó en sus zuecos. Recogieron la red y el recipiente de cinco galones, y caminaron por el campo, que empezaba a agitarse. Cuando llegaron al área de las letrinas, no hicieron caso de sus ocupantes, y éstos a su vez no prestaron atención.