De la setch había llegado la terrible noticia de que los tártaros, durante la ausencia de los cosacos, la habían saqueado enteramente, habiendo desenterrado el tesoro que estos guardaban misteriosamente; que habían sacrificado o hecho prisioneros a cuantos quedaran allí, y que, llevándose todos los rebaños y los caballos padres, habían marchado en línea recta a Perekop. Un solo cosaco, Máximo Golodoukha, se había escapado en el camino de mano de los tártaros; había dado de puñaladas al mirza, apoderádose de su saco lleno de cequíes, y en un caballo tártaro y vestidos tártaros, substrájose a las pesquisas con una carrera de dos días y dos noches. El caballo que montaba murió reventado; tomó otro y le cupo la misma suerte, y en un tercero llegó por fin al campamento de los zaporogos, habiendo sabido por el camino que estaban sitiando a Doubno. Sólo pudo noticiar la desgracia que había acaecido; pero, ¿cómo había sucedido esta desgracia? Los cosacos que quedaron en la setch, ¿se habían emborrachado tal vez, según costumbre de los zaporogos, cayendo prisioneros durante su embriaguez?