Ahora que he leído por segunda o tercera ocasión Territorio comanche, me queda claro que es de esos libros que difícilmente entran en la categoría de lo que, habitualmente, se entiende como «novela». O quizá sí. Tal vez la mejor manera de describirlo sea acomodándolo en el estante en el que se encuentran las «novelas de no ficción» o no de ficción total. A sangre fría. Por quién doblan las campanas. Un trabajo en el que la pluma de Pérez-Reverte recupera, de forma magistral, un centenar de episodios relacionados con distintas guerras que van, de lo grotesco, a lo chusco, pasando por lo absurdo y lo descarnado. Un trabajo que es no solo memorístico —aunque mucho de ello tiene, vista la cantidad de nombres y de lugares que pueblan el texto— sino, a la par, todo un reto narrativo. ¿Cómo saltar, del presente de la novela —ubicado en las últimas etapas de la Guerra de los Balcanes—, al pasado más remoto —la guerra civil chipriota— y después regresar poco a poco, conflicto a conflicto, con escalas en Managua o Beirut, sin hacer un estropicio, sin que los fragmentos se vean unidos a la fuerza, sin que el lector termine lanzando por la ventana el libro porque, más que una novela, le parece una colección de anécdotas pegadas con resistol del más corriente? ¿Cómo hacer para viajar en el tiempo y en el espacio e ir encontrando, a cada paso, los hilos conductores necesarios para que la narración adquiera solidez? Sobre todo, ¿cómo moverse en el maremágnum de guerras, revoluciones, revueltas y motines sin perder el estilo y, a la par, jugando con los sentimientos del lector, al que lo mismo se le arranca una carcajada que un gemido lastimero? La respuesta es simple: con mucho trabajo. Más aún, con mucha experiencia. Con muchos kilómetros en las alforjas y muchos muertos grabados en la retina.Cuando uno revisa las últimas cosas que ha publicado Pérez-Reverte —sobre todo su último libro, lamentablemente fallido desde mi punto de vista—, echa de menos el vigor que poseía su prosa hace un par de décadas, perfectamente ejemplificada por Territorio comanche. El modo en el que, sin tapujos, le encajaba al lector cuatro muertos descabezados antes de que se diera cuenta —y, cuando se daba cuenta, resultaba que los muertos eran ya seis, no los cuatro originales—, o le recetaba una relación de atrocidades que lo dejaba a uno pensando en la porquería que puede llegar a ser el ser humano bajo ciertas circunstancias. El ser humano. Cualquier ser humano. Los años, ciertamente, han pulido la prosa de Pérez-Reverte, la han dotado de nuevas herramientas, la han vuelto algo más ligado a la introspección y menos al exabrupto. No obstante, en ocasiones el lector prefiere el exabrupto sincero, crudo y duro, antes que la introspección que, aunque pinta de modo más completo al sujeto, también puede tender al doblez, al ocultamiento. A la puesta en escena de trampas que, antes que atrapar al lector, terminan por cazar al autor, con resultados del todo previsibles.
«Небо обрушилось ему на голову, – подумал Барлес. – Мы живем, полагая, что наши усилия, наша работа, то, что мы получаем взамен них, прочны и основательны. Мы думаем, что все это надолго, что сами мы надолго. Но однажды небо обрушивается нам на голову. И оказывается, что все, чем мы владеем, – непрочно. А самое хрупкое из всего этого – наша жизнь».Адриатическое море удивительно синее и прозрачное у берегов Хорватии, безумно соленое, с усыпанным острыми колючими камнями дном. Море в осколках. Фейерические закаты. Черные клубочки морских ежей у берега. Старинные улочки и соборы. Речь, которую легко понять, зная русский и украинский. Гармония. Идиллия.Мост, через Крку около Шибеника - просто информация, пароход, чашка кофе, ты обнимаешь меня - что они там говорят по-английски, все это так далеко... - *Во время сербско-хорватской войны здесь была одержана первая победа хорватских войск...*. Заброшенные доки для югославских подводных лодок, как слепые глаза седых скал. Блики на воде. Улыбчивые туристы. Чайки. Раненая земля.Почему меня теперь пробирает холодом, когда я смотрю летние фото? Сосны у самой воды. Запах свежего хлеба. Слёзы. Кровь...
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Wes Bentley dice en un punto de la película de American Beauty que a veces siente que hay demasiada belleza en el mundo, y siente que no puede con esto y que su corazón se va a derrumbar. Libros como Territorio comanche, como Viaje al fin de la noche de Celine, te hacen sentir exactamente lo opuesto, horrorizándote sobre los extremos, de violencia, de crueldad, de completa ausencia de empatía, a los que es capaz de llegar el ser humano. Sintiendo, como lo describe la película, que es simplemente demasiado y que todo tu interior se hace nudos. Y piensas que tiene que ser ficción, te intentas obligar a ti mismo a verlo como ficción porque es imposible el concebir un mundo con compañeros de especie que actúan de la manera en que estos libros los describen. Que dejan países completos desolados por ideales, políticos, religiosos, manchados desde un inicio.Pérez Reverte logra en este muy corto libro, sin intentar colocarse en un papel moralino (no sería él si lo hiciera) de buenos y malos en la guerra, mostrarnos ese lado oscuro de la humanidad a través de simples historias y anécdotas vistas a través de los ojos de su álter ego, Barlés, basadas en su propia experiencia como periodista de guerra. No solo nos muestra la humanidad ausente en los soldados, saliendo a matarse a tiros y bombas por órdenes de personas en oficinas con aire acondicionado a miles de kilómetros de ahí, sino en los mismos reporteros de guerra. Ausente, reprimida, guardada en un rincón de su mente, porque sería una locura intentar hacer su trabajo, y grabar hombres y mujeres y niños asesinados, por balas, por granadas, por napalm o por simple inanición, si no la guardaran ahí.
—Carlos Lavín