Hay momentos que nos cambian la vida. A veces no los notamos. Tengo la suerte de tener absolutamente claro uno de ellos, creo, el más importante. Tenía nueve años y me recomendaron una película. La alquilé en Beta y (sólo, los demás se fueron por aburrimiento) la vi. Me impresionó tanto que, por primera vez, esperé los créditos y anoté el nombre del libro y el autor en quien la habían basado. La película: Blade Runner. El Libro: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? El autor: Philip K. Dick. Una semana después, visité a un amigo (gracias Totó) y, por una cuestión del destino, en su biblioteca estaba el libro. Entonces, lo leí y mi vida cambió para siempre. Tengo en mi biblioteca un libro de Philip Dick sin leer y me alegro por saber que sus libros son difíciles de conseguir. Sólo tengo en físico diez de las treinta y tres novelas que componen su obra. Entonces siempre habrá algo de PKD (como lo llaman ahora) que no conozco. Hace poco conseguí la biografía novelada escrita por Emmanuele Carrere y siento la necesidad de releer “Invasión divina”, por eso tomé ese libro que tenía guardado para un momento de quiebre. Las ansias por leerlo eran tantas, que hasta escribí un cuento basado en él. Pero el instante es ahora y, como siempre me pasa con él, no me decepcionó la lectura de “La Penúltima Verdad” de Philip K. Dick.Cuando comencé a leer “La Penúltima Verdad”, la idea de que casi todo lo que me gusta está basado en PKD, se subrayó. Al inicio, el texto parece una versión espacial y futurista de “Underground” de Kusturica, pero en el caso del libro la cosa no queda ahí. En realidad la idea de quienes se encuentran “bajo tierra” y “sobre la tierra” es el lugar desde el cual parte todo. Ahí es posible ver el avance que propone el autor: la dualidad de unos vs otros (malos vs buenos) no es la finalidad de libro, como en el caso de “time machine” de Wells, sino que es el inicio de una trama que toca varios hilos sensibles como la Historia, los medios de comunicación, la ética de la muerte, la política y la tiranía. Dado que el libro está escrito en la época final del autor californiano (que Pablo Capanna llama “metafísica”), deja a un lado los argumentos dialécticos y opta por una conjunción de personajes que se matizan con la existencia de los otros. Cada uno de los personajes que participan de manera activa en la trama posee un problema interno inicial que, ya de por sí, establece una profundidad ética compleja. Esa estructura inicial recuerda obras como “Tiempo de Marte” y lleva a pensar en un orden paralelo (entre Adams y Nicholas), pero esa estructura es rápidamente complejizada al momento en que aparecen y se desarrollan personajes como Lantano o Foote. Dick se atreve a plantear un libro en el que se desarrollan temas puntuales e intenta aclararlos para después insertar nuevos problemas que resignifican las partes anteriores, todo ello sin descuidar la trama. Podríamos así decir que el libro se podría dividir (separación que no tiene marcas textuales, el abuso lo cometo yo) en cuatro partes: una dialéctica, una Histórica, una política y, la final, una ética. Al momento en que cada una de estas partes (es decir los temas) se desplaza, el autor juega con el lector. Dick plantea personalidades fijas con las cuales el lector se acostumbra y siente identificación. Posteriormente, al insertar el nuevo dilema y casi sin que se note, esas posiciones se modifican tomando sentidos totalmente contrarios pero igual de lógicos. Y así continúa con cada una de las partes. Esa gran cantidad de cambios produce en el lector una separación afectiva de los personajes y le permite una distancia prudencial para evaluar los pros y contras éticos (que es finalmente de lo que trata todo el libro) en la situación “hipotética” que se presenta en el libro. Por momentos llegué a recordar la locura del autor y pensar que sus obras finales se movieron al fascismo extremo, pero Dick giró de nuevo la trama para mostrar su verdadera naturaleza. Con este giro constante vale la pena recordar la clásica lógica con la cual juega el autor sobre cómo las ficciones que se escriben desde la ficción no son necesariamente la realidad, pero de ello no digo más para no contar el final del libro. Subrayo antes la palabra hipotética porque, si bien hablamos de un libro de ciencia ficción, hace mucho no leo algo tan parecido al mundo del aquí-y-ahora. La política de la que habla Dick en sus libros, es la misma política que vemos en los noticieros y debates presidenciales. Vuelvo entonces a mi idea: el mundo es más “dickiano” (palabra que ya debería aceptar la Rae) de lo que creemos. La gran pregunta desde ahí se plantea desde la duda de ¿en una lucha entre dos poderes hegemónicos, dónde queda el ser marginal? La respuesta que plantea el autor es: el ser del común funciona como pieza movible según las necesidades de uno u otro. Pero esto se convierte en una contradicción al momento en que los poderes sólo existen gracias a la existencia de esa masa intercambiable con necesidades que, para uno u otro, son históricas. No quiero extenderme más, así que dejo a un lado uno de los temas que me interesan (y me llaman la atención) en la obra de PKD: la falsa Historia (un simulacro más) creada desde los medios de comunicación.Esa falsedad-real, llena de simulacros, regresa a mí a medida que me meto más en el mundo de PKD. Hace poco un amigo (gracias Beto) me proporcionó un link en el cual era posible ver las portadas originales de “Penguin science fiction”. En ellas es posible ver que la portada de “La Penúltima verdad” (de la cual hablé en mi cuento desde la ignorancia) es en realidad la portada de “Playa terminal” de J. G.Ballard; entonces, veo que el libro como objeto, también se arma como un mundo paralelo de verdades por descubrir y mentiras aceptadas. Recuerdo entonces ese momento en el que vi el nombre de Dick por primera vez en la pantalla, subiendo cadencioso, con la música de Vangelis al fondo, y agradezco el que se haya abierto ese nuevo mundo a mis ojos; y que no se haya terminado, porque sé, estoy seguro, que el mundo y mi vida, caminan siempre al compás de los libros del maestro PKD.
I'm afraid I'll have to be quick, because something is coming. I'm not quite sure what, but something definitely isn't right.Or, perhaps that's just the sense of paranoid unease all Philip K Dick books have a habit of instilling in their readers. It's often hard to tell. Consistently, his books will stay with you after you finish. In fact, it's often not until you've reached the last page and closed the book up that you realise just how deeply the book has affected you. No one works conspiracy as masterfully as Dick, and with every cover up, delusion, and diabolic scheme of deception he manages to connect to a much more basic, innate fear in all of us. The Penultimate Truth does this just as absolutely as the other Dick books I have read, and in some ways, it is the most relevant to today's world. Conspiracy about government cover-ups has always been present, but in the modern world, when the digital age enables so much to be manipulated, changed, and implemented, it's hard not to see how easily Dick's imaginings could be a reality. Moreover, it connects on a emotional level to the fear of what is real and what is not (think Inception, but less far fetched and fantastical, more exploitative and critical), which in an age where you can lose yourself for days in a virtual world is more chilling than you might first expect. In terms of writing, I take one issue with this book. Like with 'The Man in the High Castle', Dick expects you hang on for the ride as he throws information at you without explaining much of it until half way into the book. Some book-specific terms you can work out along the way, but others require the back-story you don't receive until the half-way point, and it can be a little off putting crawling through your own confusion.However, no matter how frustrated you get, all the issues you may take with this book become worth it at the climax, when all the strings start coming together. You realise all the irritating things in this book have been genius all along, and you really start to care. As always, Dick never does as you expect. The ending was presented completely differently to how I had anticipated, and played out differently too. It finds a new, far more inventive angle.So. Assuming you can cope with lying awake for hours on end at night afterwards, and checking over your shoulder every hour for a reason you're not quite sure of, this book is the book for you.
What do You think about The Penultimate Truth (2005)?
It took awhile to get into this somewhat flawed novel by PKD. I'll get to the problems right off: Unlike most PKD novels, the style for this one is more tell than show. It seemed as though this one was a bit rushed as though I was reading expanded notes rather than the brilliant dialogue he is known and loved for. There were many seeds of characters and situations planted that, in the end came to very little – as it was pointed out by Thomas M. Disch in the afterword, and I wholeheartedly agreed. It is unfortunate as this could have been a great novel had the adequate time and effort been put in to fully develop it. This is also a novel based on two previously written short stories. The Defenders (1955) and The Mold of Yancy (1955). It is no so much a "fix-up" as van Vogt did regularly, but rather an expanded merging of the two ideas. This I believe caused some of the trouble. However, the overall theme of miss-information and recreated history is clear. I particularly liked the segment in which the events of WWII are distorted claiming, somewhat plausibly, that Roosevelt and Hitler were actually secretly allied in order to defeat Russia.My least favorite PKD novel thus far far but still a good read. Any work of PKD, it seems, can do me no wrong.
—Denis
Really interesting to see that this, The Zap Gun, and The Three Stigmata of Palmer Eldritch were all written (or at least conceived) in the same year (along with Clans of the Alphane Moon, which I read before this). Granted, yes, the whole thing fits together like several different jigsaw puzzles all squished into one big picture, but then again, most of his novels are like that. And (at least as far as I'm concerned) it's that writing quality that the afterword compared to "downhill racing" (just go forward and don't look back) that I think really adds the, if not always "intelligent," then at least uniqueness that makes a PKD novel a PKD novel.
—Morgan
There's something loose and floppy about PKD's writing that makes it off-kilter and unbalancing to read. Within the first paragraph you feel that the rug is already rippling underneath you, ready to be yanked out without warning.(view spoiler)[As soon as the time technology was introduced, I thought I knew where it was going: that the falsified documentaries at the heart of their civilization were either real or were their own product, sent back in time. PKD didn't go there. He went on a completely unexpected tangent. So, my batting record of predicting his novels remains at .000 . (hide spoiler)]
—Derek