Aunque oficialmente era puente, ese viernes, el siguiente al Corpus, el centro aprovechaba para reunirse en claustro. Nada más entrar, a la izquierda, tras una puerta de cristal translúcido, estaba la secretaría, y allí se encontraron a la mitad del cuerpo docente en plena discusión acalorada. —… no puede ser que ni siquiera haya llamado —decía indignado un hombre bigotudo que llevaba unas gafas pasadas de moda—. En cualquier caso, no me apetece lo más mínimo hacerme cargo de todas sus clases. —No es su estilo no aparecer sin más y no decir nada. —En su casa nadie responde al teléfono, y el móvil lo tiene apagado —informó la secretaria desde su mesa. —Puede que aún venga —opinó otro profesor sin alterarse mucho—, solo son las ocho menos cuarto. —Si hablan de su compañero Pauly —intervino Bodenstein después de que saludara educadamente dos veces y nadie le hiciera caso—, no va a venir.