C. La senadora Leggate se puso el albornoz, encendió un cigarrillo y agitó la mano para desviarse el humo de los ojos. Washington era una ciudad donde los favores se intercambiaban de mano en mano como las fichas del póquer. Para sobrevivir, tenías que aprender a resultar útil, vigilando, al mismo tiempo, con quién jugabas. Si querías ser un contrincante de peso en las aguas políticas de la nación, agitadas y traicioneras, tenías que ser un jugador de categoría olímpica. Aunque la crudeza con que Thom Randklev le había expuesto lo que le esperaba si se negaba a colaborar le había producido una sensación de amenaza, también sentía un cierto júbilo. Thom había aceptado con facilidad la cifra elevada que le había pedido ella. Aquello le daba a entender que tendría acceso a más dinero todavía. Lo que temía era si sería capaz de hacerle frente (o de hacerse frente a sí misma) si alguna vez tenía que negarle algo. Pero aquello era cosa del futuro.