Estaba desierta. El silencio que nos rodeaba llenó mi corazón de temor. Jamás había escuchado un silencio así en la selva. Pasé por encima de un cuerpo cubierto de sangre. La cabeza había sido arrancada de cuajo del resto del tronco. Vi otros cuerpos; vi sus rostros horrorizados y sus ojos abiertos en un terror abyecto. A algunos cuerpos les habían arrancado los brazos y las piernas y a muchos otros una fuerza violenta externa les había descuajado la garganta. —¿Hernando? —le susurré a Renco. —Imposible —dijo mi valiente compañero—. No hay forma de que haya llegado aquí antes que nosotros. Conforme avanzábamos por la calle principal, vi el gigante foso sin agua que rodeaba el pueblo. Dos puentes de madera, hechos con troncos de árboles, se extendían de un lado a otro del pueblo. Parecían puentes que se podían retirar fácilmente cuando se diera la orden, los puentes de un pueblo—ciudadela.